Infinitamente, sí. Porque México no es solo un país, es una historia que se lleva en la piel, en el alma. Nuestro amor por la tierra no tiene límites porque lo que hemos vivido, lo que hemos construido y lo que aún nos queda por hacer es más grande que cualquier otra cosa.
Es un amor visceral que se transmite no solo en las fiestas o en las tradiciones, sino en cada paso que damos hacia un futuro lleno de orgullo y grandeza. Es esa fuerza que nos empuja a seguir, a ser más y mejor, a pesar de las dificultades. México es un amor que no se olvida, no se apaga y no se negocia.
El orgullo no es una palabra vacía, es un motor que se renueva constantemente. Y ese amor, esa identidad, esa lucha, es infinita. Cada vez que alzamos la voz o celebramos nuestras raíces, el amor por México se renueva, se fortalece. No hay quien lo detenga.
